S I N S E N T I D O S S I N C R I T E R I O

todo es mentira excepto lo que no queremos ver

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viernes, junio 20, 2008

Преступление и наказание

La primavera, esa novia caprichosa, ha encontrado por fin el puto vestido azul. Ha sido a última hora y después de mucho lloriquear, pero lo importante es que le queda estupendo. Me he me metido con ella bastante, lo reconozco, porque ya tengo aprendida la manera de sacar lo mejor que lleva dentro. Con sólo empezar a quejarme, la muy discutidora se pone a rebatir rabiosa, y me planta en las narices las pruebas de mi eterna equivocación. Las acepto con gusto. Me encanta darle la razón aunque ella nunca lo haga cuando yo la tengo, porque la quiero. Sin primavera no hay principio. Las cosas empiezan en primavera, y luego ya en verano tirarán hacia donde les lleve la ola de calor. Bon voyage. Por el crimen de haberme soportado a mí mismo durante esta primavera, me otorgo el castigo de dos semanas de vacaciones. Espero haberlo merecido.

jueves, junio 19, 2008

reivindicando a bon scott

antes de que sea adoptado por el batallón de los modernos (you never know...)

miércoles, junio 18, 2008

barrio

El capitán fonzollo vive en un barrio que es como todos los barrios, con la única peculiaridad de que en este vive él. El capitán interactúa con las personas que comparten su parada de metro, buscando igual que ellos ese calorcito que les haga sentir que están en un pueblo, cuando no lo están. Para eso están los pueblos. Esto me hace recordar la cantidad de pueblos abandonados que hay en este país, pero eso es otra historia.

Desde el antiguo mercado distintos gremios de comerciantes jalonan el camino hasta casa. Cuando llega el verano, el capitán gusta de entrar en la frutería de la esquina porque el género es mejor que en el súper, aunque la dependienta no le tira ni media onda. ¡Qué exasperantes son los vendedores que no se implican!. "¿Por qué es usted tan fría, señora, si me encantan sus melones?". Después viene el colmadito de Rajib. Parece que sus planes de emigrar a la patria de la libertad duradera peligran igual que el títere yanqui que gobierna su país, pero mejor no pregunto porque sé que le duele y yo a Rajib desde la distancia ideológica le tengo aprecio. También me he quitado el pin de la estrella roja, porque noté que ya no me ayudaba a meter las cosas en la bolsa.

La ronda de recados no está completa sin una visita a la ferretería. El local es de aquellos antiguos con grandes cajoneras de madera cubriendo la pared. Sus dos dependientes, que se me antojan hermanos, son ese tipo de señores maduros, educados hasta rozar la cursilería, que siempre te llaman de usted y dicen "servidor" cuando devuelven el cambio. No importa que uno les haya tuteado durante años, ignorando el ancla que les mantiene en su burbuja de otra década: ellos siempre sonreirán si el cliente sonríe, o se mostrarán contrariados cuando no tengan la tuerca que necesitas. Con gran diferencia, son los favoritos del capitán. Hay un pescatero gay que parece majo pero del que, debido a la muy carnívora dieta fonzollista, faltan referencias.

Justo antes de subir a casa, el capitán hace un último recado, el más inútil y a la vez más importante: echar la primitiva. La lotera es una cincuentona con cara de alcachofa de esas que lucen una mueca que no es sonrisa ni tampoco lo contrario. Cuando le pagas no te da las gracias, te dice "valeeee", que es lo que yo decía de niño cuando me daba vergüenza decir "gracias". Se tiñe con tinte barato, y por supuesto jamás me tocan ni los reintegros. Intuyo un marido vago tumbado el fin de semana viendo fútbol. ¿Qué intuirá ella del capitán? Porque el barrio es inmutable pero yo me siento un poco distinto cada día.


lunes, junio 16, 2008

cambios salvajes de humor

Otro lunes más. Qué sueño. ¿El cielo? No lo sabe ni él. Tengo sal en los labios, regalo del mar en tu piel. Hay calor en las paredes y sólo me enfría el agua de la ducha. La camiseta me la pongo del revés y voy enseñando las costuras, mis costuras. En la calle el aire me envuelve con el húmedo olor de la incertidumbre. No hay manera de encontrar esa canción que tanto necesito, de las pocas que canto pensando sólo en mí. Mis ojos se ocultan para evitar cualquier tipo de interacción. Esquivo personas, mientras resuenan palabras contradictorias en mi cabeza y se me olvida esquivar. Perdón. Después, vacío en el tiempo. Estoy inconsciente y la vida se escapa por la ventana. ¿El cielo? Saturado de azul. A veces leo historias y recuerdo lo que pasará y sonrío mientras va cambiando el color del cristal con el que pienso. A mediodía cumplo obligaciones con mi cuerpo. El cielo cada vez se parece más a mí. La tarde es una farsa, el lento suplicio de la inactividad. ¿Qué hago yo aquí?. De vez en cuando escribo, pero generalmente me puede la certeza de mis dudas. De repente, el reloj se para y me convence de no darle más vueltas. Hay que salir. Mis pasos se apresuran y a medida que oscurece noto más fuertemente las ondas de tu presencia cruzando el aire hasta mí. Se me emociona el ansia. Se me hace imposible entender el idioma en que está escrito el futuro.

happy mondays

"Recalculando tiempo estimado". La puta pantallita llevaba un siglo recalculando el tiempo estimado, tanto que parecía haber sobrepasado su vida útil. Miró por encima del hombro, pero ni rastro del segurata. Para el que no se entera, el amigo musicófilo del capitán fonzollo, el lunes había empezado de la peor forma posible. De hecho venía torciéndose desde el momento en que había abierto los ojos. Sin desayunar por desabastecimiento absoluto del frigorífico, y con unos calcetines usados de varios días, le dolía la cabeza y el metro no llegaba nunca. De repente un ruido, por fin.

Entró al vagón, ocupó de pie el poco espacio libre, y notó el gélido chorro de aire acondicionado sobre su cabeza. ¿Por qué tenía que pasar frío en verano? La gente no entiende, la gente está loca. Aquello empezó a moverse. Al principio, el que no se entera adoraba los nuevos vagones: modernos, silenciosos, con su cabina transparente y sus cientos de lucecitas, pero ahora los odiaba por esa maldita luz fluorescente que torturaba sus ojos legañosos por las mañanas. El era un hombre-vampiro, un animal de penumbra. La vieja de al lado no paraba de darle golpecitos con el bolso, y los músculos del cuello se le tensaban por momentos. El trayecto hasta la estación central se hizo eterno. Al llegar, se adelantó dispuesto a salir el primero. Apertura. Al otro lado, un muro infranqueable de cuerpos ocupaba todo el ancho de la puerta. Sobre ellos, cabezas de pasmarote mirándole inmóviles. Pensó: "¿Qué queréis, que salga volando?". Los había jóvenes, viejos, blancas y negros. La mala educación no entiende de sexo, de edad ni de inmigración. Después de un momento de tensa espera, el que no se entera dio un pasó decidido al frente intentando hacerse lo más ancho posible, y pegó un buen empujón al menos a cuatro de los que le impedían el paso. El más bajito casi rueda por el suelo. Escuchó una serie de "¡eehhhhs!" y "¡halaaaaas!" tras de sí, y por primera vez aquella mañana perdió los nervios: "¿Y POR DONDE OSTIAS QUEREIS QUE SALGA, PANDILLA DE GILIPOLLAS?". Silencio.

El que no se entera dio media vuelta y echó a correr, porque renfe cuando llega a tiempo nunca espera. En la escalera mecánica, dos universitarias con claros signos de obesidad hablaban animadamente una al lado de la otra, ocupando todo el espacio con sus enormes culos. Decidió que esa mañana se iba a inflar a dar empujones... Al llegar arriba, giró apresuradamente la esquina y casi se cae al tropezar con un perro bastante fiero que empezó a ladrar dentro de su bozal. Al otro lado de la cuerda había un empleado de la compañía de transporte, fatídica maquinita en ristre. Intentó ignorarlo pero era demasiado tarde. "¿Me permites el billete?". Las gordinflonas no pudieron evitar una sonrisita asquerosa cuando pasaron a su lado y le vieron la cara.

martes, junio 10, 2008

el comodín de la llamada

Hoy he invocado a Greta porque necesito una sacudida mental en condiciones. La muy petarda ha declinado mi petición por un conflicto de horarios con la peluquería, y he tenido que aceptar lo irrebatible de su jerarquía de prioridades. Me he conformado pues con una charla rapidita en la que se me ha olvidado contarle la mitad de los detalles de mi empanada mental. No le han hecho falta. Ella posee algún tipo de sensor en la entrepierna que le indica cuando un hombre está desorientado, alucinado, condenado, eufórico o incluso en estado de muerte cerebral. Greta no entendería el plano del metro en un millón de años, pero es una experta en laberintos y me ha dado algunos consejos prácticos: "Mira encanto, ante todo cuida mucho de tus seres queridos porque son los únicos que ya han aceptado lo tonto que puedes llegar a ser. No comas demasiada verdura, te mata la chispa y te hace aburrido. Ni se te ocurra interpretar: la vida suele ser tan literal como aparenta, y si algo no te queda claro pon música y baila. Llama a las cosas por su nombre. Recuerda, capitán querido, que siempre has tenido muy mala cabeza pero bastante buen juicio. No ahogues tus sensaciones pero evita que prendan en tu impaciencia, que ya nos conocemos. No presupongas la buena fé de las personas, ni la tuya tampoco. No subestimes la curiosidad de un hombre. Nunca dejes de estimular la de una mujer. Y sobre todo, cariño, no me llames los martes porque estoy liadísima..."

miércoles, junio 04, 2008

el nombre del hijo

El vetusto reloj pareció temblar por un momento antes de que el carrillón comenzara a enumerar con parsimonia las cinco de la tarde. El sol de junio caía en picado sobre la fachada, colándose a través de los agujeros de la persiana de madera y proyectándose enfrente, sobre la pared del salón, en forma de cientos de puntos de luz irregularmente distribuídos. Sentado en el sofá, el vecino sujetaba una copa de brandy con la mirada perdida más allá de la penumbra que le rodeaba. Estaba sólo. Su mujer llevaba una semana cuidando de un familiar muy mayor, y al viejo se le acumulaban las horas de la tarde entre recuerdos vidriosos, alcohol y tabaco cubano.

No entendía muy bien el motivo de tanta melancolía, pero estaba claro que su cabeza le quería jugar una mala pasada. Alguien de su experiencia, con cincuenta años de servicio en el KGB, supuestamente no podía tener este tipo de recaídas, debilidades de la memoria, y saberlo le hacía sentirse aún más recluído y quisquilloso. Ser consciente de su propia vulnerabilidad le molestaba sobremanera. ¿De qué valía plantearse ahora la validez de toda una vida dedicada a una idea? ¿De qué valía haber sacrificado el futuro, que era ya un presente irrevocable, por una lucha de dudosa legitimidad? ¿Por qué sentía que había dejado de cumplir su mayor objetivo como persona? Pensó en su mujer, calladamente aceptando una vida insuficiente por amor a él, y pensó en qué sucedería cuando ellos mismos necesitaran de alguien que agarrara su mano hasta el final: estarían sólos en el momento más triste. En el último tramo de la vida, el viejo se sentía incompleto y no podía hacer nada por remediarlo. Había un nombre impronunciable que sólo existía en su arrepentimiento.

Fue a beber pero en la copa ya no había suficiente para un trago. Se levantó y se acercó al armario para servirse, cuando sonó el timbre. "Bah", pensó mientras negaba con la cabeza cualquier posibilidad de molestarse en abrir. El timbre duplicó el intento, y entre negaciones cabizbajas el viejo se arregló la camiseta y salió al pasillo. Abrió la puerta sin enceder la luz del recibidor, para que el inoportuno visitante no se asustara de su aspecto, pero en el rellano no había nadie. Sacó la cabeza y miró a ambos lados, desierto. Extrañado, cerró y volvió al salón. Mientras cogía la botella echó un ojo por la rendija de la persiana, y observó una pareja de jóvenes saliendo del portal y cruzando la calle hacia abajo, cogidos de la mano. Los veía de espaldas, pero la chica le pareció muy bonita, y al otro granuja lo reconoció al instante. Algo de ese instinto paternal frustrado le encogió el pecho con una mezcla de pena y orgullo.

"Parece que no todo va mal al mismo tiempo", pensó mientras se regalaba un prolongado trago de brandy.

martes, junio 03, 2008

festivaling

Tenía la intención de relatar las aventuras festivaleras del fin de semana (primavera sound), pero como sólo acudí el viernes y además mi estado se fue deteriorando rápidamente a partir de la media noche, no me veo con autoridad suficiente para relatar lo que, musicalmente hablando, sucedió en el fórum. Momentazos hubo unos cuantos, pero estoy un poco egoista y me los guardo para mí solito. En lugar de eso quería reflexionar sobre la pérdida de lugares emblemáticos para este tipo de eventos en barcelona. Pero antes, las cosas positivas: el fórum es, malos olores aparte, un lugar bastante apañado para acoger festivales de música, por varias razones: amplitud, ausencia de vecinos, distancia entre escenarios, vistas al mar, proximidad del transporte público... en el auditori tiene un recinto cerrado donde albergar las propuestas menos estruendosas, y aquí paz y después gloria. Por todo ello su uso se está generalizando, y durante este verano habrá unas cuantas noches en las que especies nocturnas de diverso pelaje coincidirán en sus explanadas de cemento. Dicho lo cual... es precisamente la homogeneización del espacio lo que está convirtiendo en rutina la práctica festivalera. Tampoco voy a defender ahora el poble espanyol como la meca de nada, pero era la diferencia, no la calidad intrínseca, lo que hacía de aquel entorno el santo y seña del primavera sound. ¿En qué otro lugar habrían de pasar quince mil personas, una a una, por una puerta de uno por dos para ver a los pixies? Para bien o para mal el sónar se mantiene en el cccb, lo que le sigue dando algo de encanto a pesar del aluvión guiri en que se han empeñado en convertirlo. Los conciertos del BAM sonaban como el culo en la estación de francia pero cuando mirabas al techo pensabas "joder, que sitio más guapo". Distintos lugares, distintos rituales para llegar, distintos bares en los que continuar después... El problema del primavera sound o daydream o weekend dance o summercase o BAM o etc etc es que no sé en cúal de ellos estoy, de no ser por el color y material de mi pulsera. Hablo por mis ocho años de residencia, pero estoy seguro de que para los oriundos esta lista de comparaciones se podría extender bastante. Por no hablar de precios o de la falta de espacios cerrados para conciertos de tamaño medio, pero eso ya es otra historia. Por supuesto no voy a proponer ninguna solución, porque además de que no se me ocurre nada, el propósito de este post era hacer pura demagogia. Nos vemos en el fórum.