S I N S E N T I D O S S I N C R I T E R I O

todo es mentira excepto lo que no queremos ver

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jueves, julio 24, 2008

¿qué os pensábais?

Desde hace semanas se multiplican en los diarios las noticias referentes a la crisis inmobiliaria y sus efectos devastadores en la economía familiar de los españoles. Como observador semi-indiferente de la actualidad, me resisto a malgastar mi escaso juicio en cosas que no tienen remedio, pero este tema consigue sublevarme tanto los nervios que a continuación expongo mi interpretación de los hechos. Se oyen a babor y estribor proclamas que culpabilizan, en ningún orden particular, a los bancos, las inmobiliarias, y los gobiernos presentes y pasados. Todos ellos, parece ser, han tenido motivos para fomentar una escalada de construcción y precios que para cualquier persona con un poco de sentido común era insostenible, con el fin claro está de beneficiarse política y económicamente, según corresponda (o ambas, que ya nos conocemos). Yo sin embargo creo que, para empezar, la santa institución bancaria no debería ser objeto de acusaciones de culpabilidad, por ser sobradamente conocido su viejo modelo de negocio consistente en cobrarnos a nosotros por prestarles dinero a ellos, dinero con el cual hacer de usureros autorizados y lucrarse en exclusiva con la rentabilidad obtenida. Luego, se crea una fundación para patrocinar el arte y desgravar un poco y todos contentos. Lo suyo sí que es arte. Al inventor de semejante camelo habría que canonizarlo, aunque algo me dice que eso ya ha ocurrido. En cuanto a las inmobiliarias, esos hongos que crecen allí donde huele a mierda, es simplemente repugnante que pretendan ahora ser rescatados por el sector público (yo y todos los que cotizamos) cuando durante años se han dedicado a engordar sus barrigas y dárselas de listos mientras contaban el botín del robo y lo ponían a buen recaudo en algún lugar del que ahora nadie dice nada. Pero la culpa tampoco es suya. Respecto a los gobiernos azules o rojos, realmente nunca los he distinguido mucho en materia económica (en lo neo-liberal soy más bien daltónico), así que les libraremos por esta vez también a ellos del dardo crítico, para dirigirlo hacia el auténtico culpable de eso que llaman "la burbuja inmobiliaria": el comprador. Cuantas veces, charlando delante de una cerveza, ha surgido la famosa discusión de "comprar es mejor que alquilar". Claro, claro, y tú eres un genio. Tú te endeudas hasta las cejas, comprometes tu futuro y quizá el de los que te sobrevivan, para comprar algo que, ladrillo sobre ladrillo, no vale ni la décima parte de lo que tú estás desembolsando. Es más, estás tan reconfortado en la idea de que "su precio se multiplicará en pocos años" que, para obtener el dinero que financie tus húmedos sueños de plusvalía, te lanzas en brazos del mayor perforador de culos de la historia universal, el banco. Cada uno tiene lo que se merece. Lo único que estás haciendo es contribuír a que el precio siga subiendo y empujar al siguiente comprador un pasito más cerca del precipicio, pero ten en cuenta que como vais todos agarrados de la manita, el primero que pise en falso os llevará con él para abajo. Toda la teoría está muy bien si tienes varios pisos para especular y ningún tipo de ética social, pero si no, lechoncillo, es una zanahoria que nunca vas a poder morder porque obtener el beneficio significa endeudarse para comprar tu siguiente vivienda que, sorpresa sorpresa, es más cara todavía. Me recuerda esas cartas que recibe la gente en los pueblos, regalándoles un "fantástico" reloj a condición de correr con unos gastos de envío misteriosamente elevados. Lo triste es que muchos pican. Con la vivienda ocurre lo mismo. El precio es irreal y la misma casa no para de aumentar su precio, pero a muchos esto les parece normal. Cada vez que subo al pueblo, más y más bloques de cemento me impiden la visión del pirineo, pero el censo sigue diciendo que somos ocho mil almas, ¿realmente hay alguien que considere sostenible esta situación?. Obviamente sí, lo cual constituye una inquietante demostración de nivel cultural en "la octava economía del mundo". Por favor, me da la risa. Imaginemos que entro en un concesionario de coches, por ejemplo, a preguntar el precio del modelo X que tanto me gusta. "Cuatro millones", responde el vendedor, y yo educadamente me retiro a pensar. Al cabo de un año de sacrificios por fin me puedo permitir el modelo X, y cuando vuelvo ilusionado al mismo concesionario con la única duda de si lo quiero rojo o gris perla, descubro sorprendido que el precio se ha disparado hasta los seis millones. No se conocen en la europa unificada índices semejantes de inflación, pero yo, convencido de las bondades del vehículo, decido endeudarme y comprarlo. Cuando vuelvo a casa, mi mujer me corre a gorrazos y los niños se ríen del imbécil de su padre. ¿Por qué comprar algo que ha multiplicado su precio sin motivo?. Alguien me dirá aquello de que "los coches pierden valor y los pisos no...". Pues bueno amiguitos, eso se ha terminado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

amen

gobelinn

Joan Guarch dijo...

...siempre tan pragmático, mi capitán...claro, como usted vive en alta mar...

Anónimo dijo...

DIOOOOOOS

Moriarty dijo...

YEAH

Viendo el futuro antes de que pase